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martes, 8 de agosto de 2017

El Vencejo. Volar por no parar.

Primera semana de agosto y apenas sí se escuchan ya en mi barrio los estridentes gritos del vencejo, con los que desde más o menos abril o mayo me había acostumbrado a despertarme. Aunque al principio pasan casi desapercibidos, van llegando con la primavera, de África, donde han pasado el invierno, y ocupando sus nidos, los mismos del año pasado.  Llegan, igual que se fueron, cada uno por su lado. Salvo los que desgraciadamente hayan quedado en el camino, macho y hembra mantienen nidito y amor por el resto de su vida.
    Esas carreras, o persecuciones, en las que desgañitan sus gargantas me han acompañado desde mi adolescencia, o antes incluso, aunque yo no era consciente. A grito limpio están delimitando su territorio, diciendo a los demás “aquí vivimos nosotros “y “cuidadito con entrar sin permiso”. ¿A quién se lo dicen? Pues a los jóvenes solteros, de apenas dos o tres años de edad, que andan como locos (esos gritos) buscando pareja y piso. Y es que no hay para todos, así que más vale espabilarse.
    Esa algarabía y actividad frenéticas de las que hacen gala no bien empieza a amanecer son para mí el mejor símbolo del verano, de la alegría por el buen tiempo, de las vacaciones. Bueno, ya sé que no es así para todo el mundo. ¡Qué le vamos a hacer!


 A mi el vencejo me hace sentir bien. Su aparición en el cielo es siempre la mejor noticia.

Su silueta recortada contra el cielo, tan reconocible, es fácilmente comparable a la de un arco montado con su flecha, tenso y a punto de ser disparado. Así de fulminante es su vuelo, todo potencia en movimiento. Así lo vi recientemente, en un breve viaje a la Toscana con los chicos y chicas de cuarto de la ESO, durante el pasado mes de mayo. Estábamos en Lucca, en la terraza de la Torre Guinigi, a donde habíamos subido unos pocos para disfrutar de la incomparable perspectiva de la ciudad que desde allí se obtiene.


Volaban por debajo de nosotros, sobre los tejados, como centellas. Quise atraparlos con mi cámara. Fue imposible, y frustrante.
    Hace más años, sin embargo, si conseguí pillarlos, en distintas calles de Vigo, como muestra claramente el video que os ofrezco a continuación.

 
El Vencejo. Apus apus from Jaime Sáiz on You Tube.

    Es realmente un pájaro dotado de cualidades sorprendentes. Su diseño es aerodinámicamente perfecto. En general la mayoría de aves y peces lo son, porque les es necesario para sacar el máximo provecho del medio en el que viven. En realidad debería decir que lo son no para, sino por la necesidad de moverse en sus respectivos medios de la forma más eficiente. Ellos son, como nosotros en nuestras propias circunstancias, consecuencia de la evolución y la capacidad de adaptación.
    Bueno, pues el vencejo ha demostrado ser un alumno aventajado en ambas cuestiones. Podría contar, y no parar, todas las cosas increíbles que es capaz de hacer, como por ejemplo que pasa la mayor parte de su vida volando con esas enormes alas ligeramente curvadas y de apariencia afilada como si fueran guadañas, que diariamente recorre enormes distancias en busca de alimento, no solo en sus migraciones, que tiene una especial habilidad para presentir las tormentas y que se aprovecha de ella para localizar grandes concentraciones de insectos que se ven empujados por ellas a las alturas, que sin dejar de volar obtiene la totalidad de materiales que necesita para acolchar su nido, que es capaz de atravesar la manta de agua de las cascadas y cataratas para anidar en las cornisas que al abrigo de ellas ofrecen protección, húmeda pero segura, contra los depredadores, que, y esto ya es lo nunca visto, copula en el aire, aunque también lo haga en la cama como la gente normal.
    En fin, no quiero aburriros, ni ponerme tan vehemente que vayáis a pensar que me lo invento todo por llamar vuestra atención. Pero dejadme que, como remate, me refiera a dos habilidades más que para mí merecen párrafo aparte.
    La primera viene a contradecir una de esas creencias populares de larga tradición. De niño me contó un profesor cómo el vencejo estaba condenado a morir si caía al suelo, y él nos mostraba en su mano uno que había encontrado muerto en el patio del colegio. Sus alas exageradamente largas, y el carecer de unas patas dignas de tal nombre, de hecho “apus”, su nombre científico, significa en griego “sin pies”, se lo ponían difícil, pues al no servirle para auparse las alas le chocaban en el suelo y no conseguía volver a volar. Luego hemos sabido, alguien habrá sido testigo, que no es verdad. La increíble potencia de sus alas, y el altamente aerodinámico diseño de que disfruta, hacen posible que solo batiéndolas consiga despegar el cuerpo del suelo y con esa primera ventaja y la persistencia en el aleteo logre reincorporarse a “las etereas salas”, en palabras de Calderón.
    La segunda se refiere a la increíble costumbre del vencejo de dormir volando. Al empezar a caer la tarde se concentran en pequeños grupos que empiezan a ganar altura hasta que acaban por perderse de vista. La imaginación popular los hacía durmiendo en el mullido colchón de las nubes pero la invención del radar vino a desvelar el misterio. En una de tantas guardias nocturnas durante las interminables razzias a cargo de la Luftwaffe en la batalla de Inglaterra, la angustia se apoderó de un militar británico que vio aparecer en la pantalla del radar una concentración de puntos que solo podía ser un nuevo escuadrón de bombarderos. Algo sin embargo no encajaba y con buen criterio, antes de alertar a toda la defensa aerea y poner en marcha las escuadrillas de Spitfire de la RAF, decidió mandar un explorador a cerciorarse. El piloto que lo vio no daba crédito. Lo que volaba ante él, aunque no de forma tan disciplinada ni en filas tan milimétricamente alineadas, eran un par de docenas de vencejos que sin dejar de batir sus alas, alternando, eso si, con más descansados planeos, dormían tan plácidamente.


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La imagen del vencejo procede de la web, de SEO Birdlife (Sociedad Española de Ornitología). Debo especial reconocimiento como preparación para esta entrada a los num. 66 y 67 de "El Carabo", de Benigno Varillas y Teresa Vicetto, versión en español de "La Hulotte" de Pierre Deom, cuya lectura recomiendo a todos los amantes de la naturaleza en general.


6 comentarios:

  1. Me ha encantado. Genial la anécdota de la Batalla de Inglaterra. Un abrazo tocayo.

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  2. Impresionante, Jaime. Al principio me pareció que podría ser largo pero lo he leído en un abrir y cerrar de ojos. GRACIAS!!! Ahora me gustan mucho más los increíbles vencejos que, por cierto, también nos acompañan primavera y verano en Palencia

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  3. He visto pasar muchas veces vencejos, pero nadie me los había presentado hasta hoy, además de esa manera tan fresca,alegre y jovial. A partir de ahora los tendré presentes en verano.
    Unha aperta.

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  4. Muy bueno!! Me gusta este pajarito tan fiel, y la referencia al.sugnificado de su nombre y las anêcdotas cierran muy bien el artículo.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Que bonito...ademas con una narracion poetica que ensalza el interes del contenido. Ahora que tienes mas tiempo dedicale un poco mas al blog; tienes un seguidor. Un abrazo.

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