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lunes, 24 de octubre de 2016

Cuidado con las ventanas


Muchas son las formas de disfrutar de la naturaleza, y todas buenas, con tal de que se le mantenga el necesario respeto y cariño. Por ejemplo, se puede aprender mucho mirando sin más por la ventana. 
Aunque vivo en una zona bastante céntrica de Vigo, tengo la suerte de que algunas de mis ventanas tienen acceso a las idas y venidas de los pájaros del vecindario, así que no pocas veces me permito el lujo de curiosear las aventuras de carboneros, currucas y verderones, sentado cómodamente en el sofá de mi salón. También soy espía asiduo de las gamberradas y abusos de las urracas sobre los mirlos, de los amores de las palomas, los fracasos reproductivos de las gaviotas y de las trifulcas de los vencejos que casi todos los días del verano me despiertan con sus estridentes chillidos.
Las ventanas del instituto son también ocasión de no pocas observaciones y anécdotas, y eso que desde que se terminó de construir el parque empresarial de Porto do Molle, la cantidad y densidad del arbolado en la zona han quedado reducidas a menos de la mitad. 
Desde la de mi despacho aún me regalo cada mañana, o lo intento al menos, con las evoluciones de gorriones, colirrojos, chochines… 
En una de esas, este último mes de julio, tuve la alegría de ver al gavilán, la versión a escala menor del azor del que hablaba en mi última entrega, hace ya más de un mes. Aprovecho, por cierto, para disculparme por este involuntario parón. Era un ejemplar juvenil -se le conoce por su color más parduzco por arriba, y por el diseño barrado, más basto y de tonos rojizos por abajo. 
Le sorprendí en pleno ataque, un picado vertiginoso al que se lanzó desde los eucaliptos que se ven al fondo. Debía llevar tiempo allí, observando hambriento a los gorriones que abarrotan los huecos bajo la cubierta del techo durante la temporada de cría, y que se pasan el verano agobiados con la ceba de sus insaciables pollos. 
Me tuvo en vilo unos segundos, los que tardé en perderlo de vista detrás del tejado. Ignoro si le sirvió de algo más que de experiencia.
Pocos días después me encontraba sentado con mis compañeros en el despacho del director. Allí nos devanábamos los sesos -a saber con qué- cuando un golpe seco nos sacó de nuestro ensimismamiento. 
Miramos a la ventana, donde nada vimos. No tardó sin embargo en aparecer, una vez más, la familiar silueta del gavilán. Salió como viniendo del suelo, remontando el vuelo y alejándose en dirección a los árboles del fondo. Enseguida desapareció con potentes batidos de sus alas y con las garras vacías. Quedamos tan excitados como intrigados. Sin duda el golpe había sido cosa suya, aunque no parecía haberse hecho daño. 
Nos dio por pensar, pura especulación, que quizás hubiera estado intentando atrapar a alguno de los pequeños criadores. Imaginamos sus regateos, su dribbling al más puro estilo futbolero, en medio del cual una de sus alas habría golpeado, de refilón, el cristal de la ventana. 
Por desgracia no todas las colisiones que las aves protagonizan contra las innumerables ventanas que reflejan el mundo en que vivimos terminan bien. Recuerdo el pequeño cuerpo de un gavilán macho adulto que se dejó la vida de un golpe contra el maravilloso ventanal que mi amigo Jose tiene en el salón de su casa a orillas del Tea, en Mondariz. 
Cuántos y qué buenos momentos nos hemos pasado allí, en aquel porche desde el que se ve un buen tramo de este precioso río, uno de los más saludables de la provincia de Pontevedra. En verano afuera, pero con peor tiempo, qué bien se está detrás del cristal, disfrutando de tanta belleza en el confort de aquel salón. Una de esas veces recuerdo al mismo gavilán apareciendo por detrás del seto, viniendo de la vecina casa de Tino, volando bajo, al pie del castaño de la entrada para que no le viera quien sabe qué pájaro, o pájaros, hasta que ya ni yo le vi.
Y este episodio triste no es nada en comparación con los miles de víctimas que parecen estar protagonizando el macabro peaje impuesto por la arquitectura moderna, firmante de tantos y tan grandes rascacielos en la mayoría de las grandes ciudades del mundo. 
Por decirlo de una sola vez, las aves no ven el cristal. Directamente se estrellan contra él y, aunque en ocasiones son lo suficientemente afortunadas como para poder “piarlo”, en muchas más, y siguiendo con el chiste, no vuelven a decir ni pío.
No me costó encontrar algunos ejemplos en la red de los que, por no aburriros, os presento sólo dos. 
El primero es un estudio llevado a cabo por una red de universidades de todo el mundo, representada aquí por una treintena de localizaciones, desde el estado de Nuevo México, en el sur, en la frontera con México, hasta Alaska, en el norte, en las que dos veces al día se realizan recorridos fijos, recogiendo las aves que mueren por colisión con las ventanas, y controlando tanto las especies como el número, que oscila entre trescientos y mil millones por año. Escalofriante.
 El objetivo último es influir para conseguir introducir cambios en el diseño y construcción de las ventanas, tanto en edificios existentes como en los que están por construir.

El segundo tiene el  mismo propósito, dar con la manera de minimizar las colisiones mortales de las aves con las ventanas de nuestras ciudades. Un equipo de ornitólogos e investigadores han desarrollado un túnel de pruebas por el que hacen pasar de forma experimental a todo tipo de aves que previamente capturan con redes japonesas -un sistema tradicional de captura de aves, muy utilizado en todo tipo de estudios ornitológicos por la manera inofensiva en que esta se realiza.

Da miedo, como digo, comprobar con que poca trascendencia y cuanto desconocimiento cientos de miles de aves caen víctimas del progreso y el desarrollo. No es este ni el momento ni el lugar de cuestionar ni uno ni otro. Me conformo con intentar ahondar en la necesidad de un cambio de actitud por nuestra parte hacia la naturaleza de la que somos parte principal, aunque no única. Debemos dejar de darle la espalda de una vez por todas.


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Todas las imágenes proceden de internet.

3 comentarios:

  1. Muy interesante lo que comentas Jaime. A veces no somos conscientes de todo lo que conlleva el progreso.

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  2. Marededeu!
    Tantos anos no instituto e nin cheirar toda esa vida paxaril.
    O que é andar no guindo!

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  3. Marededeu!
    Tantos anos no instituto e nin cheirar toda esa vida paxaril.
    O que é andar no guindo!

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